Bienvenidos

Permítanme presentarme:

Aterricé en España en febrero de 2009, una de las peores fechas que podía escoger para llegar. En principio tan solo era una visita de emergencia, temporal, que por circunstancias ajenas e incontrolables se convirtió en definitiva. Una situación no programada ni organizada que me obligaba a crear un plan inmediato de readaptación a un país que había dejado en la mitad de la veintena. Volvía con dos hijos y los tres debíamos reorganizar la vida entera y la mente.

Abandonar tu forma de vida, tu hogar, los amigos y el trabajo que soporta las cargas familiares (con una minusvalía repentina) no es tarea sencilla. Es simplemente inimaginable y creo que nunca se está preparado para algo semejante. Sin embargo, somos capaces de soportar lo inimaginable. No me voy a distraer en contar las miserias, la perenigración por diversas oficinas de Asuntos Sociales, Cáritas, ONG’s o Asociaciones de Padres (aprendí perfectamente cómo funcionan).

Consecuencia de otro giro repentino apareció la oportunidad de volver a estudiar una carrera y matricularme en la universidad, dando tiempo a una mejora tanto a la salud como a la situación económica.

Y así, mientras estudiaba Periodismo, y aprendía mi idioma de nuevo, sentí la obligación de seguir la actualidad (desde una perspectiva distinta) del nuevo país de acogida, de mi país de nacimiento. Pasé por todos los canales de TV, vi la desaparición de Público en papel y pasar al formato exclusivo digital. Recuerdo los primeros números del diarioes y lo leía por la novedad (hasta que leí su versión de la caída del Muro de Berlín). Vi cambiar la televisión pública y observar el cambio de discurso al cambiar de gobierno, eso si, sin conocer quién era quien y qué significaba. Los años que pasé fuera me habían alejado de la política española y tuve que aprender desde cero a velocidad de vértigo.

Puede que mi vocación periodística (alejada de mis preferencias científicas) tenga algo que ver con mi afición desmesurada desde pequeña con apenas 9 años a programas como «Informe Semanal», los grandes reportajes o «Crónicas TV». Quizás la que más marcó mi infancia fue «La Clave». Poder ver a expertos debatir las distintas opiniones con fundamentos, con datos y objetivamente. Eran aquellos tiempos de nuestra democracia recién estrenada de la cual todos, desde los mayores a los niños, queríamos ser un ejemplo para nuestros antepasados y las generaciones futuras, que los españoles éramos capaces de vivir en libertad, debatir y convivir con independencia de nuestras ideas sin matarnos. Nuestra obligación, era y es, demostrar al mundo que España estaba poblada de demócratas y en un tiempo récord recuperaríamos años de progreso.

Abrir una cuenta en Twitter ha sido lo mejor que he hecho, allí he descubierto a grandes periodistas y no tan grandes, fueron mi ejemplo práctico de lo que se debe hacer y no se debe hacer en periodismo. Aprendí qué es un artículo construido sin fuentes, con ambigüedades, los titulares que efectivamente no resumen lo que se desarrolla en la noticia. Aprendí «el arte» que tienen algunos para manipular la información haciendo llegar al ciudadano las ideas a las tripas por medio del lenguaje malintencionado, anulando el raciocinio y sustituyéndolo por indignación, de forma que el lector o el oyente inmediatamente deja de pensar para convertirse en un ente rabioso y deprimido. Aprendí cómo se pueden leer las medias verdades, haciéndolas parecer algo distinto y evitarlo por medio del contraste de informaciones.

¿Parece obvio? Tristemente para una cantidad enorme de usuarios de las Redes Sociales e Internet no es tan obvio. Se ha confundido manipulación con «no decir lo que quiero oír», y así nos va, cuando en una tertulia algún «gurú» o político describe datos incorrectos, o falsos, o fragmentados raramente se le rebate, o por falta de preparación o por falta de voluntad. Aquellos debates entre expertos y verdaderos sabios parecen tener menos cabida tras casi cuarenta años de democracia que cuando esta comenzaba a formar parte de nuestras vidas.

Ya mencionaré esta nueva moda de recuperar viejas consignas de los años 30’s en otro momento. Llevo años contrastando a modo de ejercicio todo lo que leo y escucho. Por defecto no se debe creer nada de lo que nadie dice sin comprobarse (eso ya me lo dijeron en primaria). Malos profesionales han convertido la información en un corral de vecinos lleno de chismorreos, donde lo importante es tener un motivo para poner verde a quien te cae mal y vender a otro como un santo o salvador de todos los males. Un personaje cae mal porque a los amigos les cae mal, y punto. Ya sea de Gran hermano, del futbolista aquel o del político tal. Y ya se sabe el dicho, «los enemigos de mis amigos, mis enemigos son». Y sin razón lógica, con una lista de argumentos enumerados que se repiten una y otra vez, llegando al pensamiento único de «este es malo, este es bueno». En conclusión, estamos más condicionados y manipulados que nunca. Al menos esa es mi percepción.

Siempre he creído que es más difícil cambiar de opinión que informarse, y que te demuestren que estás equivocado, molesta, (por no decir un palabron) y bastante. Es por ello que suele ser lo más coherente dejar «en la nevera» algunas informaciones importantes hasta comprender mejor la situación. Para no caer principalmente en el tópico de «todos somos ingenieros, juristas, economistas, criminalistas, médicos, farmacéuticos, expertos en tributos, etcétera». Este hecho se hace más evidente cuando intervienen los juzgados y antes de que se celebre el juicio todos ya lo han sentenciado, y bastante responsabilidad tiene en ello las interpretaciones que hacen en los medios de comunicación.

Hemos metido a voceros y charlatanes en el salón de casa, en el dormitorio, en el camino al trabajo y en nuestras vacaciones. Nos empeñamos en no contrastar la información, es mucho más cómodo auto confirmar nuestras creencias o lo que me han contado los amigos, no vaya a ser que me quede sin ellos por pensar de forma distinta.

Tener criterio propio debería enseñarse en los colegios, existen métodos comprobados para ello, y alejar de las aulas desde la infancia la manipulación ideológica que en demasiadas ocasiones se hace con nuestros hijos. Al mismo tiempo se garantiza la formación libre de la infancia y la juventud ante la incapacidad de muchas familias de inculcar este concepto básico para el hombre libre y vivir en democracia. Este criterio que muchos desean destruir, queriendo dejar en manos de los gobernantes el control de la verdad. La verdad es la que cada uno según sus convicciones, experiencias, educación y ámbito social concluye gracias al acceso y el derecho del libre ejercicio de la libertad de expresión e información. La verdad va unida al criterio individual y éste solo es posible en un lugar donde la pluralidad es posible. Quienes imponen la verdad no se les puede considerar demócratas.

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